lunes, 9 de julio de 2018

Sergio Siggia

El artista es un ser divino y su obra es una creación que los dioses envidian.
Es un mago que crea imágenes más reales que la misma realidad. Es capaz de hacer enamorar de una figura pintada o de una estatua, de  una muñeca pop art o del paisaje en una fotografía de arte.
El artista nos fascinas y nos emociona hasta el drama de una visión apocalíptica o del mismo juicio universal.
Dédalos el mítico inventor de autómatas humanoides crea objetos que el mismo dios Hefestos no sabría imaginar.
Rafael refigura su amada la Fornarina con inmediatez en su intimidad y con una mirada invitante. En la Madonna della seggiola exprime una imagen familiar con las queridas sagradas figuras alrededor de ella. El ideal existe en el fragante presente.
Leonardo refigura una sutil, confortante imagen de la naturaleza y de la ciencia representando La Gioconda.
Miguel Ángel interpreta el drama del Juicio Universal con un vórtice de beatos y condenados al infierno in movimiento alrededor de un Cristo vengador que testigua la fin de los tiempos.
Gauguin nos abre a la visión del paraíso perdido de la absoluta naturaleza.
Vivamos en cambio el drama de la soledad y alucinada desesperación en las atormentadas pinturas de Van Gogh.
La pintura abstracta y el experimentalismo contemporáneo atestiguan la “muerte del arte”. Pero su burla no puede parar el camino de ella: el arte regresa todavía a la vida y tortuosamente, misteriosamente reclama su necesaria conexión con el hombre.